El empleado saca su móvil y comienza a mostrar uno tras otro vídeos grabados durante este verano. Todos frente a su puesto de trabajo. Nada menos que quince grabaciones de pases de droga, generalmente coca. El problema no es nuevo en la muga, pero asistir a diario al intercambio de sustancias estupefacientes no es plato de gusto. Ni para vecinos ni para comerciantes del barrio irundarra de Behobia, que a fuerza de verlos a diario conocen a la quincena de jóvenes que trapichea en torno a la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús.
Depende del día, si les da por beber, las peleas por ganarse la clientela son constantes entre ellos. El empleado muestra otro de los vídeos. “Mira, aquí apareció uno de ellos con un martillo. En este otro se ve a otro joven con un cuchillo jamonero”, detalla el trabajador, harto de las trifulcas que rodean a diario el menudeo de drogas en este barrio irundarra. Los jóvenes que venden la mercancía cuentan con una clientela que responde a un perfil de lo más variado: autóctonos, camioneros de paso y muchos turistas franceses.
Los narcos inundan el Estado del preciado polvo blanco, y la muga es un enclave estratégico. Los pases de droga son diarios, como puede apreciarse en otra de las imágenes en la que se ve a un transportista abonando 70 euros por un gramo de coca. “A veces los engañan y les meten Nolotil, mira aquí la reacción que tuvo uno de ellos”, indica el empleado mientras señala otro vídeo en el que un transportista, navaja en mano, a punto está de darle una cuchillada a uno de los jóvenes que lo ha engañado.
Todo ello sucede frente a su puesto de trabajo, una zona de ir y venir de gentes donde el bullicio es constante. Behobia constituye un polo comercial de gran atracción para el turista, con cerca de un centenar de establecimientos con acceso desde las autopistas A-63 y A-8, si se llega desde Iparralde o Gipuzkoa, y la N-121, desde Navarra. Un lugar de constante trasiego incluso en días de aguacero como el de este jueves de gota fría.
Caían chuzos de punta esta mañana en el barrio de Behobia, que mantenía pese a todo su pulso comercial, con su habitual clientela de franceses bien pertrechados de alcohol y tabaco, adquirido a casi a la mitad de precio del que encuentran en el país galo. El menudeo de drogas se cuela en este escenario salpicado de pequeños comercios. Un trapicheo diario a la vista de vecinos y comerciantes. “Es como que nos hemos acostumbrado a todo ello y tiramos adelante. Te acostumbras a convivir con todo esto, lo cual no quiere decir que sea normal”, matiza Josema Elosúa, propietario del bar Faisán.
Venta "a pequeña escala" que genera "inseguridad"
El establecimiento se ubica en el epicentro de este cruce de caminos. “La venta de droga es de poca monta, a pequeña escala, pero genera inseguridad, mala imagen y malos rollos porque todo esto se llena de trapicheros”, denuncia el hostelero. Está acostumbrado a ver grupos de cuatro o cinco integrantes merodeando alrededor de la iglesia, esperando el paso de jóvenes franceses a quienes ofrecen directamente la droga. “Es algo que padecemos a diario”, denuncia Elosúa.
“La verdad es que no es nada nuevo, pero con el paso del tiempo todo esto se ha desmadrado”, lamenta Pedro Garmendia, cliente habitual en este complejo comercial. El hombre sabe bien de lo que habla. Nació hace 79 años en un caserío a cuatro kilómetros de Behobia. “Son chavales que se entienden con la mirada. Venden a todo Dios. Te ofrecen la droga con todo el descaro del mundo como si estuvieran vendiendo rosquillas. El barrio está podrido de droga”, subraya.
"Venden a todo Dios. Te ofrecen la droga con todo el descaro del mundo como si estuvieran vendiendo rosquillas"
A pesar de la lluvia, el movimiento en la zona esta mañana era incesante en torno a un comercio que ofrece una variada gama de vinos, licores, tabacos y perfumes a buen precio, además de souvenirs, moda y complementos. “En realidad el barrio se podría surtir del BM de ahí enfrente. Todo este comercio está dirigido al turista extranjero”, comenta Garmendia. “Behobia está lleno de turistas, pero muchas veces lo que ve no es muy agradable”, sostiene Elosúa. “Nadie se lo toma en serio. Como no hay ningún muerto, pues no pasa nada. Los únicos que se lo tomaron en serio fueron los de la Policía Local después de que se presionara al Ayuntamiento”, asegura el propietario del bar Faisán.
La redada de 2014
Fue hace diez años, en octubre de 2014. La Policía Local de Irun, con la colaboración de otros cuerpos policiales, llevó a cabo una operación antidroga en el barrio de Behobia que se saldó con la detención de una veintena de personas y el registro de cuatro pisos. La investigación, que se había iniciado un año antes, permitió disolver el núcleo de venta de droga organizada que se había detectado en la zona.
Días antes la policía irunesa se incautó de dos kilos de sustancias estupefacientes y de un arma de fuego en el registro de un coche que dejaron abandonado dos sospechosos al intentar identificarlos. “De aquellos arrestados ya no queda casi ninguno. Fue la única ocasión en la que se hizo algo, con una metodología que funcionó. Lo que no sabemos es por qué no les ha interesado continuar con ese sistema de trabajo”, se pregunta Elosúa.
Zona comercial de Behobia donde es habitual la oferta de droga a ojos de vecinos y comerciantes. Iker Azurmendi
“El problema ya no es sólo como comerciante, también como vecino. Vienes aquí a las once de la noche y te encuentras con cinco o seis merodeando, dispuestos a vender droga y a lo que sea. El problema no es exclusivo de Behobia, pero aquí lleva ya mucho tiempo instalado y nadie hace nada”, lamenta el hostelero.
Petri, de 76 años, nació en el barrio Bidasoa pero lleva toda su vida residiendo en Behobia. Es otra veterana del lugar, de las que conocieron en su día este enclave con el sobrenombre de Pausu. “De lo que era a lo que ha acabado siendo esta zona, madre mía. Ayer mismo hubo movida. Vinieron los policías. La droga la suelen esconder detrás del BM. Hemos visto sacarla, literalmente, de debajo de las piedras”, asegura.
“Da igual lo que pongáis, lo que escribáis. Todo esto se sabe desde hace mucho tiempo, está normalizado. Hay muchísimas peleas entre ellos. Se sabe, pero no se hace nada”, denuncia la mujer. “Antes te entraba el tembleque al ver determinadas situaciones, pero al final lo acabas normalizando. Esto no es trapicheo, es un negocio, y lo peor es que son chavales que no tienen nada que perder”, añade Garmendia.
Convivir con el miedo a diario
A pesar de haberse normalizado la venta de droga, hay comerciantes que admiten pasar miedo a diario. “El otro día cuando iba a coger el coche le vi a un chico sacando la mercancía de detrás de una persiana. También les he visto esconderla en una caja de teléfonos. Y a veces te ven, y saben que les has descubierto. ¿Voy a poner una denuncia por ello ante el riesgo de que luego tomen represalias?”. Son las palabras de una trabajadora de un establecimiento de Behobia que prefiere guardar el anonimato.
“El otro día, sin ir más lejos, le robaron a una muchacha su mochila. Y encima vino una segunda persona que le pegó. ¿Así hasta cuándo vamos a estar?”, se pregunta. “La propia alcaldesa asistió a una pelea en una visita que hizo a la zona”, dice la empleada, quien apunta a otros enclaves de Irun como el pabellón Doman, en la avenida de Iparralde, donde se vienen sucediendo los problemas en los últimos meses.
Las antiguas instalaciones de la empresa de transporte han sido escenario de diferentes incidentes. El pasado mes de mayo los bomberos tuvieron que intervenir para sofocar las llamas declaradas en el interior de este inmueble ocupado. La propia alcaldesa, Cristina Laborda, reclamó entonces “celeridad y firmeza” contra la okupación ilegal. Tres meses después, el 7 de agosto, fue necesaria una nueva actuación tras otro incendio, que obligó a desalojar a las personas que se encontraban en el interior.