Desde que hace casi cuatro años Marisa Gutiérrez se quedase viuda ha ido a dormir a casa de su hermana únicamente en tres ocasiones. “¿Para qué voy a ir?”, se pregunta esta irundarra de 61 años, que lleva independizada casi dos décadas y que ahora tiene más excusa si cabe para no irse fuera al haberse comprado un nuevo piso. Esta usuaria de Atzegi, la asociación guipuzcoana en favor de las personas con discapacidad intelectual de Gipuzkoa, es un ejemplo de que ellas también pueden ser independientes con “simplemente un poco de ayuda”, algo que, en la mayoría de la sociedad, “no se ve” al haber todavía muchos prejuicios detrás.

Marisa Gutiérrez está feliz “y muy contenta” en su nueva casa de Irun: un piso reformado, amueblado al gusto y a escasos metros de sus amigas y de su adorada piscina. A él ha llegado hace unos meses, tras haber sido animada por sus hermanos y después de varios años estando de alquiler en otros lugares. “Me dijeron de comprar y, aunque al principio no quería, al final dije que sí”, revela esta mujer, que vivió la mayor parte de sus últimos años junto a su marido.

Tras su fallecimiento, los familiares de Marisa tuvieron “miedo” de que la soledad pudiese con ella. “Su marido se encargaba más de las cosas de casa y, sobre todo, de cocinar, así que no sabíamos cómo iba a estar sola”, explica José Luis, hermano de Marisa. No obstante, desde el minuto cero ella tenía claro que no iba a devolver su conseguida independencia y que quería seguir viviendo a su manera. “Ni siquiera quería venir a dormir a nuestra casa. Casi hasta nos cuesta que todavía venga a comer”, afirma entre risas su otra hermana, Pepi.

Visto el rechazo de regresar a alguno de los hogares de sus parientes y tras 38 años trabajando en una lavandería industrial, los hermanos pensaron que quizás era el momento de plantearse la compra de una vivienda propia. “Tenía unos ahorros y le dijimos que podía hacerlo. Los bancos no nos pusieron ninguna pega y ella acabó diciendo que sí”, cuenta José Luis, explicando que los hermanos no han tenido que ayudarla económicamente ni tan siquiera ejercer como avalistas: “Ha sido todo con lo que ha conseguido”.

“Ella se amolda sola perfectamente. No necesita ayuda de nosotros y encima es muy organizada. Cualquier carta que llega la guarda y nos llama cuando tiene dudas”, revela Puri, que confiesa, eso sí, que han tenido que contratar a una persona para que limpie una vez a la semana porque “eso le cuesta más”. “Pero yo lo dejo todo limpio, lo que pasa es que menos”, comenta Marisa con una sonrisa.

Para la asociación Atzegi, Marisa es un gran ejemplo de que las personas con discapacidad pueden vivir por sí solas, la reivindicación escogida por la entidad para este curso. “Tenemos que ir rompiendo las barreras y los prejuicios que pueda haber. Pensamos que una persona con una discapacidad mental no puede vivir sola, pero no es así. Tienen el mismo derecho que todos a hacerlo”, señalan desde la asociación.

Marisa no necesita ayuda para hacer las cosas de casa, limpiar o cocinar y, más allá de los achaques normales al ir cumpliendo años –“Hago un trabajo muy duro cargando mucho peso”, señala–, hace todo ella misma. Desde Atzegi únicamente tratan de dar asesoramiento y acompañamiento en el caso de que lo necesite, algo que en su caso se traduce en Martín, su coordinador, que le visita una vez por semana para ver cómo se encuentra. “Es más un amigo”, explica la usuaria, gran amante de las quedadas con el resto de sus amigas para pasear o ir a comer.

“Cada persona tiene sus particularidades y hay algunas que necesitan un apoyo mayor y otras menos. Es muy importante el papel que juegan las familias, pero en algunos casos es nulo y en otros, por desgracia, no existe porque la persona no tiene a nadie. Es entonces cuando nosotros actuamos como su familia”, explican desde la asociación.

Ayuda en proporción

En total, 57 usuarios de Atzegi viven fuera de su entorno familiar, algunos con cierta ayuda y otros en pisos compartidos con otras personas con discapacidad mental o física. También hay los que viven por su cuenta en alquiler, con sus parejas o amigos, pero nadie como Marisa, en una casa propia que ha escogido ella misma.

“Al principio, nos rechazó varias porque quería vivir en una zona concreta. Ella ya está hecha al sitio, con sus amigas cerca, e irse a otro sitio no le apetecía”, explica Pepi, la única de sus hermanas que vive también en Irun. “No es lo mismo que sea independiente en un sitio donde tiene todos los servicios a mano que hacerlo en un lugar apartado. Contar con todo cerca es muy importante en casos así”, añaden.

La propia Marisa no puede estar más contenta de la decisión de comprar el piso y, tras una temporada “con muchos bajones” a raíz de las muertes de su marido y de sus padres, ha recuperado la sonrisa. “No paro de hablar del piso con mis amigas”, señala, mientras su hermana revela que tiene la agenda tan completa que todavía no ha hecho la inauguración oficial con la familia. “Pero mis amigas sí han estado”, ríe.

Mientras llega esa esperada comida familiar en casa, Marisa continúa compaginando su trabajo, con turnos rotativos de mañana o de tarde según la semana, las quedadas con las amigas y la piscina, su nueva pasión. “Ojalá mucha gente en la misma situación conozca a Marisa y se diga que también puede ser independiente. Con un poco de ayuda, pueden serlo”, concluyen desde Atzegi. Marisa Gutiérrez es el claro ejemplo de ello.