Prostitución, impropia de las clases altas

La prostitución en Roma no estaba mal vista, se consideraba necesaria, pero practicarla era impropio de las clases altas. Una ciudadana viuda podía pedir al edil de su ciudad permiso para ejercerla con objeto de alimentar a sus vástagos. Ella perdía su condición de clase, pero ellos no. Si un ciudadano tenía a su mujer indispuesta, podía hacer uso de estos servicios que instruían también a los no iniciados en el sexo.

Había clases entre las prostitutas. Las más valoradas se encontraban en prostíbulos de lujo que podían estar en edificios propios, en los baños públicos o en tabernas, en función de su categoría y prestigio. En las arcadas de los teatros o 'fornículas' se amparaba la clase baja del negocio del sexo, dando lugar al verbo 'fornicar'. Las trabajadoras de edad más avanzada se tenían que desplazar a las necrópolis, que se encontraban fuera de la ciudad, en las vías de acceso a la misma.