1 marzo 201707:27
Poca suerte tienen las fiestas de Carnaval. Aunque varían de fecha, siempre se celebran en tiempos de inestable meteorología. El año pasado, tras muchas ediciones de desfilar bajo la lluvia, las comparsas irundarras bailaron en seco. Pero no se libró del agua la sardina. Lo mismo este año.
Amenazaban las nubes y salía el sol. Descarga agua el cielo y enseguida la retiraba. Así hasta las 19.30 horas, cuando la sardina y el zanpantzar, disfrazado de Trump este año, iban a iniciar su triste periplo desde el Ensanche hasta la hoguera de San Juan. Cayó entonces una granizada. Casi para no creerlo. Pero, quién dijo aquello de al mal tiempo buena cara. La dolorosa comitiva, con estrambóticos personajes, estandartes y cerca de 200 plañideros, recorrió sin acompañamiento musical el paseo de Colón, con la sola compañía de los lamentos y los sollozos por las fiestas que terminan. Para enfilar la calle Fueros, toda vez que la precipitación había cesado y no ponía en riesgo los instrumentos, se sumó la Banda de Música.
Frente al ayuntamiento aguardaba la hoguera, protegida por una jaima. La retiraron para colocar la sardina sobre el combustible vegetal. Le acompañó enseguida el gigante, una vez desprendida la cabeza, que se guarda siempre como legado del artístico e ingenioso trabajo que Xabier y Benito Garate realizan cada año en la confección del zanpantzar.
Las 'autoridades religiosas' bendijeron, hisopo en mano, las sentencidas figuras y, entre desgarrados gritos de los asistentes, se les prendió fuego. Fue cosa de un par de minutos que ambas quedaran reducidas a cenizas. Entonces, al son de la alegre música que interpretaba la Banda, los miembros de Bidasoako Erraldoiak y las decenas de componentes de la llorosa comparsa bailaron felices. Porque ésta es una fiesta jovial hasta cuando se disfraza de tristeza.