¿Dónde se guardan los recuerdos? Las fotos con los amigos, esas de la generación del 53 que revolucionó el colegio. Las cartas de amor que escribió Carlitos durante el verano. La entrada del cine para esa película tan famosa, 'Con faldas y a lo loco'. Los cromos 'repe' que nunca se intercambiaban. El amuleto de la suerte con el que se aprobaban todos los exámenes de la universidad. Las canicas con las que se ganaron las interminables partidas contra todos los vecinos del barrio. Todos estarán, seguro, bien resguardados del polvo del olvido en una caja de zapatos. En Calzados Pombar hay miles de ellas. Algunas tienen zapatillas de casa o alpargatas, pero la mayoría de ellas guardan recuerdos. Y es que Pombar es el único lugar en el que podríamos hacer un inventario de historias de Irun. Sus paredes hablan, pero no han dejado de escuchar y observar desde 1939.

-De mi aitona, Luis Pombar. El fue el primero en abrir las puertas de este local en la calle más estrecha del mundo.

-Así era antes. Sí, sí. Piensa que ésta antes era la carretera principal de Irun, por aquí pasaban todos los camiones. Era algo así como una autopista.

-No, de primeras fue una tienda con todo tipo de cosas. Juguetes, pequeños frascos de colonia...

-¡Y canarios! Ahí detrás, en el patio, criaba canarios que luego vendía. Él me lo contó.

-Luis Pombar era zapatero remendón, así que un amigo le planteó la idea de convertir la tienda en zapatería. Y así lo hizo en 1940.

-Así es. Y eso que al principio no fue nada fácil, eran tiempos muy complicados. La posguerra...

-Muchísimas. Recuerdo cuando me contaba cómo traía en un doble fondo pan de Francia. Era una situación muy triste porque en Irun casi no había de nada, pero eso que me contaba me parecía una aventura.

-A base de mucho trabajo, no te creas. Y después de mi aitona, mi padre y mis tíos se hicieron cargo del negocio.

-Así es. Cuando mi padre murió yo estaba estudiando, pero mi madre planteó en casa la idea de continuar con el negocio. Mi hermano ya tenía entonces un buen puesto de trabajo, así que decidí dejar los estudios y ayudar a mi madre con la tienda. Es una paradoja curiosísima...

-Recuerdo que de txiki le decía a menudo a mi padre que de mayor quería trabajar en la zapatería. Él muy serio me respondía siempre lo mismo: 'Oscar, es un trabajo muy duro, muy esclavo. No lo hagas, mejor estudia'. Y mira, aquí estoy.

-¡Eso es! Al principio me dio vértigo, no te creas. Tanto mi madre como yo tuvimos que aprender a llevar el negocio muy rápido.

-Pues no... Imaginate, después de unos meses duros y tristes, no se de dónde sacamos las fuerzas, pero lo hicimos. Es cierto que los proveedores se portaron fenomenal. Hay algunos que llevan trabajando con la tienda casi desde sus inicios, conocen muy bien el negocio.

-Sí, sí. En una semana, más o menos, mi tío me dio algunas nociones y...¡manos a la obra!

-Ahora no arreglamos zapatos como hacía mi abuelo. Alguno de vez en cuando sí, guardo herramientas para poder ensanchar o reparar, pero nos dedicamos a vender. Y sí, lo hacemos a la antigua usanza.

-Es el método más infalible que hay. También hemos mantenido el mostrador, ésta no es una tienda a la que se viene, se mira, se toca y no se saluda. Nosotros más que para vender, estamos para ayudar.

-¡Uy! Muchísimas. Mucha gente pasa por aquí y entra simplemente a saludar o a charlar un rato. A mí me gusta mucho ese contacto con la gente, no te voy a engañar.

-(Risas) Puede que sí, pero pocos. Es algo precioso cuando un cliente te cuenta cómo ha venido a la tienda siendo un niño, luego siendo padre y finalmente acompañando a sus nietos. Se me pone la carne de gallina...

-Así es. Ahora en agosto solemos cerrar por las tardes durante quince días. El resto del año, solo cerramos los días típicos como Navidad, Año Nuevo o...

-¡Eso es! Pero te digo una cosa, si abriéramos sería la mejor caja del año. No tengo duda.

-Ya lo creo que sí. Los sanmarciales aquí son una locura, no sabría decirte cuántas alpargatas vendemos. Y hasta el mismo 29 de junio, que ahora cerramos por la tarde, la cola llega casi al final de la calle.

-Entre estas cuatro paredes, sí. Lo inventó mi padre y se ha convertido en un clásico.

-Pues casi un desastre, no se apuntó nadie. Tuvimos que convencer a nuestros amigos. Una amiga aún me recuerda que ella fue la primera mujer en ganar el campeonato.

-A veces da miedo, pero sí, es un orgullo. Como también lo es sentir el cariño de la gente, que es mucho.

-¡Que va! Así tiene más encanto, es parte de nuestra historia. Está roto por los golpes de los camiones, cuando era la calle más estrecha del mundo, y de algún 'vaso volador'.