2 octubre 201609:05
Las administraciones públicas, ya sean locales, regionales o estatales, tanto las francesas como las españolas, coinciden en el mensaje: necesitan información, que los científicos les aporten conocimiento con el que tomar decisiones ante los efectos del cambio climático. Por esa razón dan especial importancia a un congreso como Uhinak, que se ha convertido en un punto de encuentro de investigadores e instituciones de ambos lados.
El valor de Uhinak, por tanto, no es un intangible. Es real, aunque el proceso es largo y complicado, con diferentes disciplinas de investigación que requieren tiempo para lograr unos resultados que necesitan de otros estudios para convertirse en conocimiento verdaderamente útil. La virtud de este congreso es que con sólo dos ediciones tiene ya la capacidad de presentar ejemplos concretos que permiten entender para qué se celebra.
Marcos García Sotillo, de Puertos del Estado, presentó el esfuerzo económico del Estado para mantener e incrementar los diversos instrumentos marítimos (boyas, mareógrafos, sensores...) para la recogida de datos. Este tipo de información se usa en estudios como los que dieron a conocer en Uhinak Estibáliz Sáez de Cámara (UPV), Ander López (BC3) o Ernesto Villarino (Azti) sobre el incremento de la temperatura en el mar, el fitoplancton y el zooplancton, respectivamente. Modelizaciones como las suyas sirven de base a otros científicos como Gilles Morandeau, del Instituto Francés de Investigación para la Explotación Marina, para prever cómo van a evolucionar los hábitats de los peces, que según sus conclusiones, «se van a ir trasladando hacia el norte». He aquí ese conocimiento que requieren las instituciones, porque Morandeau advierte: «la Unión Europea va a tener que replantear las cuotas y los caladeros de las flotas pesqueras de cada país». También anunciaba que las conocidas producciones de ostras de la bahía de Arcachon se tendrán que trasladar hacia la Bretaña francesa.
El calentamiento de los mares obliga ya a modificar las zonas y las temporadas de pescaVarios investigadores avisaron que habrá que decidir qué se protege y qué se da por perdido
Eso es prepararse para afrontar los efectos del cambio climático. No a cien años vista; es el futuro cercano, incluso el presente. Xabier Irigoien, director científico de Azti, destacó en su ponencia que el atún llega ahora al golfo de Bizkaia «20 días antes de lo que lo venía haciendo y se captura más al norte».
Amenazas y oportunidades
Aunque se apliquen con rigor máximo las medidas correctoras más ambiciosas, no parece que sea posible evitar que la temperatura media del planeta suba dos grados. En ese escenario, los actuales caladeros de bacalao al norte del golfo de Bizkaia habrán colapsado y habrá que pescarlo más al norte. En una previsión peor que, desgraciadamente, no está descartada, la temperatura podría elevarse hasta cuatro grados. «En ese caso», advertía Irigoyen, «no habrá bacalao ni alrededor de Islandia», habrá que ir a buscarlo al Ártico, sea lo que sea el Ártico en ese caluroso contexto.
El impacto del cambio climático en el sector arrantzale es indiscutible, pero si algo pretende Uhinak es tratar de convertir las amenazas en «oportunidades para generar negocio y conocimiento». En este caso, significa que los mares de nuestro entorno pueden verse poblados por especies de aguas más cálidas. Para encarar la situación, habrá que ver cómo evoluciona la naturaleza y seguir investigando y compartiendo información. «Todos los estudios se limitan, prácticamente, a los primeros 100 o 200 metros de profundidad de los océanos, pero somos conscientes de que a 700 metros bajo la superficie se está notando ya un incremento de temperatura. Tenemos que estudiar qué efectos puede llegar a tener eso», avisaba Irigoien.
De momento, y atendiendo a la dilatación por calor, física básica, es ya un lugar común que el nivel del mar va a subir entre 30 y 80 centímetros antes de que acabe el siglo. Sin contar ahí el efecto que pueda tener el deshielo de los polos ni «la retroalimentación positiva», que mencionó en su intervención el economista ambiental Antxon Olabe. Se refería a que algunas consecuencias del cambio climático pueden tener impacto en otros de los efectos y hacer que aumenten de intensidad a una velocidad mayor que la que se prevé. El deshielo polar puede suponer que la temperatura planetaria «que ya ha subido un grado, se incremente mucho más rápido que lo que estamos calculando y se acreciente, a su vez, el ritmo del deshielo. Es importante que encontremos la forma de trasladar este relato a la población, para que se implique e incremente la presión sobre los dirigentes para que inviertan en investigación y tomen las medidas pertinentes de reducción de emisiones».
Contra viento y marea
Olabe centró en este asunto su aportación al congreso, pero muchos conferenciantes de Uhinak comparten también esa preocupación por el relajo con el que el cambio climático se presenta ante la opinión pública. «Desgraciadamente, nos va a tocar entenderlo cuando la gente lo empiece a sufrir con inundaciones en zonas densamente pobladas, con grandes olas que creen daños significativos... Nos vamos va a encontrar ante niveles de destrucción a los que no estamos acostumbrados». Irigoien no pretendía ser alarmista pero quería dejar claro que «la tecnología nos puede proteger si somos ricos: la subida del nivel del mar no tendrá el mismo efecto en dos países tan expuestos a ella como Holanda y Bangladesh. Pero ciencia y tecnología no nos van a salvar de todo, no podemos decirle eso a la gente porque no es verdad».
Aún siendo 'ricos', habrá casos en que haya que debatir si gastar dinero o no. «Hace unos años, en esta comarca había una enorme discusión sobre si había que ampliar la pista del aeropuerto», recordaba Irigoien. Proyectó una imagen satelital del Txingudi a la que superpuso, en forma de mancha roja, las zonas que se prevé que el mar hará inundables en unos años. Y la mitad del actual aeródromo se puso colorada. «Sabiendo esto, es la discusión lo que debe ampliarse: hay que decidir si gastar dinero en intentar protegerla o si es mejor trasladar la infraestructura. ¿Construimos diques?, ¿abandonamos la zona? Para tomar la decisión necesitamos mayor conocimiento (cartografías más detalladas, predicciones de la altura del nivel del mar más precisas) y un debate público sobre el coste-beneficio de cada decisión».
Resistiremos, ¿o mejor no?
La reflexión no es exclusiva para el caso del aeropuerto de Hondarribia. En Iparralde ya han empezado a estudiar el efecto que la previsible erosión va a tener en diversos puntos de su litoral, en el que hay carreteras, viviendas y negocios a pie de mar o de cornisa. Quieren saber qué merece la pena proteger y qué no.
En la costa sudeste de Francia han ido incluso más allá. La economista Jeanne Dachary-Bernard, bajo el sugerente título de la canción de The Clash 'Should I stay or should I go?' ('¿Debería quedarme o debería irme?'), dio a conocer el estudio sociológico realizado sobre cinco municipios cercanos a la costa meditarránea francesa.
Su investigación sobre el terreno concluyó que existe disposición por parte de los ciudadanos para asumir incluso cargas económicas para que sirvan para 'retrasar' el frente del litoral: indemnizar y trasladar viviendas y comercios de la primera incluso de la segunda línea de costa y reconstruir paseos, playas y otras infraestructuras de ocio dejando más espacio a una defensa renaturalizada contra un mar que ganará terreno. El estudio percibió también que el apego al lugar de nacimiento llevó a la población costera a ser más escéptica respecto a la inmediatez de la amenaza. Y es que cuando llegue el momento de tomar decisiones, lo emocional también estará ahí.