16 mayo 201501:10
Desde que tenía 4 años hasta los 65 que va a cumplir, ha vivido la danza con pasión. El baile ha estado presente en sus mejores momentos y la ha salvado de los peores. El pasado 25 de abril recibió en el salón de plenos del Ayuntamiento donostiarra el Premio de la Asociación de Profesionales de la Danza de Gipuzkoa por su dedicación a esta disciplina artística. A estas alturas, Merche Filgueira está «prejubilada y con los pies rotos», pero aún sigue trabajando por la danza. Por segundo año consecutivo, mañana domingo estará al frente de la barra clásica de la barandilla de Dunboa.
-¿Que ha significado el premio que le han otorgado sus compañeros de profesión?
-Ha significado mucho, porque ha supuesto un bonito final a mi trayectoria artística. Ha sido un reconocimiento hecho por la profesión a todos estos años de trabajo. Para mi, fue inesperado y muy emocionante, porque en el momento de recibir el premio había cantidad de ex alumnos míos y estaban mis hijos y mis nietos, claro».
-Vamos a ir hacia atrás. ¿Cuándo empezó a bailar?
-A los 4 años. Yo vivía en la Parte Vieja de Donosti y solía bajar a bailar con una amiga a la plaza de la Constitución. Entonces los niños andábamos por la calle solos, sin peligro. En la escuela, también me solía subir a la mesa, a taconear y me castigaban. Bailábamos danza tradicional y española, sin saber nada, como nos salía. A los 9 años, ya me apunté en una escuela. El clásico me gustaba y me gusta mucho, pero no era para mí. Yo veía que no tenía facultades y, además, había que ir muy pronto a estudiar fuera y mi situación familiar no me lo permitía. A mí, lo que me gustaba de verdad era la danza española, el flamenco y la escuela bolera y a eso me dediqué.
-¿Y cuándo subió por primera vez a un escenario?
-A los 9 años, en aquellos concursos matinales del Bellas Artes. Pero no fui a bailar, fui a cantar. Imitaba a Marisol, que era lo que se llevaba entonces, y a Joselito. Cantaba 'Estando contigo' y 'El ruiseñor' y el pasodoble 'Te he de querer mientras viva'. Me gustaba, pero no me hacía tan feliz como el baile. A bailar empecé con una compañía con la que estuve cuatro años haciendo bolos. Tenía 16 o 17 años y aprovechaba los viajes a Barcelona y a Madrid para apuntarme a cursos. Luego me casé, tuve a mis hijos y dejé de bailar. Bueno... bailaba a escondidas, porque a mi marido no le gustaba.
-¿Quiénes eran sus referentes entonces?
-En la danza española, Antonio. Yo tuve la oportunidad de participar en unas clases magistrales suyas. Era muy serio y tenía mucho carácter, pero me encantaba. También admimiraba a otro gran maestro como Antonio Gades y siempre me gustaron Carmen Amaya y La Chunga.
-La enseñanza le ha procurado su relación más larga con el baile. ¿Cuándo se decidió a dar clases?
-Hace treinta años. Empecé en la trastienda del comercio que tenía en Amara. Después, di clases en mi casa y luego ya me establecí en Irun, con Carlos Zapirain. Estuve cinco años hasta que monté Dantzaka, en Errenteria y en Irun. Pero he dado clases no solo en la escuela, sino también en cantidad de pueblos de Gipuzkoa y Navarra. Ha sido duro. Cuando me separé, mis hijos estaban creciendo y tenía que seguir manteniendo a la familia, así que he hecho de todo: danza española, salón, latinos, country, jazz... de todo un poco.
-¿Qué le ha aportado a Merche Filgueira poder bailar ante el público y qué le ha dado la enseñanza?
-El bailar ha sido muy gratificante para mí, personalmente. Yo soy una persona tímida. Me da pánico, por ejemplo, tener que hablar en público. Pero cuando salgo a bailar es distinto. Me siento feliz, disfruto mucho. La pena es que no he podido bailar tantos años como me hubiese gustado. Pero la enseñanza también me ha dado mucho. Me ha dado la relación con gente estupenda. He disfrutado un montón con los niños y he hecho amigos entre los mayores. Estoy muy agradecida a todos los alumnos que me han apoyado durante todos estos años. Y también tengo la satisfacción de ver a gente que empezó con seis o siete años conmigo, pasó por otras escuelas y hoy en día está por ahí, en buenas compañías, bailando de maravilla.
- En los últimos años, han proliferado las escuelas de baile ¿Qué cree que va buscando la gente a las escuelas de danza?
-Cuando yo empecé éramos cuatro y ahora somos cuatrocientos. En los últimos tiempos, se han puesto muy de moda entre la gente joven el funky, el hip-hop... La chavalería está loca con el baile urbano y aquí, en Irun, hay gente muy buena que se dedica a estas disciplinas. La mayoría de la gente que se apunta a escuelas de baile viene a disfrutar, porque mientras estás bailando, no estás pensando en otra cosa. Luego, al margen de eso, hay gente que va al clásico o a la danza española, que son disciplinas que requieren mucho sacrificio. Cuando ves a algún alumno que vale y que trabaja mucho y que le gusta, entonces le orientas para que siga adelante, para que conozca otras ecuelas y se dedique profesionalmente al baile, si es eso lo que quiere.
-Tenemos una buena cantera de bailarines en Euskadi.
-Sí, hay mucha gente y muy buena. Muchos han empezado en la danza tradicional y de ahí han pasado a la clásica y al contemporáneo. Hay muchos más jóvenes vascos de los que conocemos bailando en compañías importantes. Yo creo que han salido tantos por una combinación de la capacidad de trabajo y la tradición de baile que hay aquí. Curiosamente, hay muchos hombres haciendo unos solos maravillosos. Me alegro muchísimo por ellos porque la suya es una carrera muy sacrificada.
Merche Filgueira en la barandilla del canal de Dunboa.
/ FLOREN PORTU