Poco tienen que ver en principio «la alegría del color de Menchu Gal y la sobriedad mate de Jorge Oteiza», como decía ayer Iñaki Almandoz, de Kutxa Fundazioa, en la presentación de la exposición que desde hoy reúne a ambos artistas en Irun.
El escultor Iñaki Moreno Ruiz de Eguino es quien ha coordinado la muestra y explicó ayer que el nexo de Gal y Oteiza es, precisamente, la ciudad fronteriza. Ella era de allí; él vivió en el municipio durante más de 15 años, entre 1957 y 1974.
Ruiz de Eguino, que decía tener «la suerte de haber sido amigo de ambos», comentó que aunque «sus maneras respectivas de entender el arte eran muy diferentes, se conocían y apreciaban; yo he visto los abrazos fraternales que se daban. Además, respetaban y valoraban mucho la obra del otro». Fueron, según la delegada de Cultura de Irun, Belén Sierra, «dos de los artistas guipuzcoanos más importantes del siglo XX».
Una época de renovación
A la hora de organizar este encuentro entre Menchu Gal y Oteiza, Ruiz de Eguino halló en ese periodo en el que el oriotarra habitó en Irun, del 57 al 74, el nexo más sólido. «Era», recordaba ayer Gregorio Díaz Ereño, director del Museo Oteiza, «un momento en el que la sociedad renacía en lo antropológico y en el carácter vanguardista de las artes».
«La plástica de posguerra necesitaba nuevos aires», incidía también Ruiz de Eguino. La pintora irunesa lo hacía «desde la expresión, el paisaje y la naturaleza»; Oteiza «desde lo no orgánico, la geometría, la ciencia y el movimiento».
De esta manera, lo que se ha planteado en la irunesa Sala de Exposiciones Menchu Gal es «un diálogo abierto entre el trabajo de los dos artistas, sin pretender emparejamientos, mostrando sus distintos modos de entender el arte en un tiempo que solicitaba ruptura y compromiso».
La muestra recoge varias obras de Menchu Gal en las que se aprecia «la influencia cubista derivada del tiempo que previamente había pasado en París», señaló Ruiz de Eguino. Quiso destacar especialmente el paisaje de la Bahía de Txingudi, «con formas rompedoras que de alguna manera se acercan a algunas formulaciones de Oteiza». Del escultor se exhiben «siete u ocho esculturas, piezas significativas de algunas de sus series, que además van enriquecidas por dibujos con las ideas de su investigación previa. Hemos dado espacio a cada escultura porque la obra de Oteiza necesita aire, que cada pieza respire».
Tras un periodo nómada en el que Oteiza recorrió mundo, decidió asentarse en Irun a mitad de la década de los 50. Lo hizo, además, en una casa en cuyo diseño participó junto con Néstor Basterretxea. Allí, a escasos metros de la frontera sobre el río Bidasoa, Oteiza encontró el espacio que necesitaba para montar un laboratorio creativo en el que vivió durante década y media. «Irun se convierte así en su nido de creación», afirmaba ayer Ruiz de Eguino.
Fue un periodo en el que el artista se mezcló con creativos de otras disciplinas como el cine, la fotografía o la poesía. En aquel mismo tiempo «empezó a teorizar sobre el arte», advirtiendo el valor de añadir literatura a sus esculturas, algo que empezaba a darse en Europa, pero en lo que fue prácticamente pionero en España. Y en mitad de aquel periodo, en los 60, promovió junto con otros siete compañeros el Grupo Gaur, movimiento clave del arte vasco contemporáneo.