Noticia publicada en Diario Vasco,el sábado día 12 de Marzo de 2022

«Echo la vista atrás y solo puedo estar feliz por la evolución que ha tenido mi carrera»

Iker Karrera Bailarín, coreógrafo y profesor

La compañía de danza del hondarribiarra presenta este sábado (19.00h) en el Amaia KZ 'No pleasure', su último espectáculo

Puede decirse que Iker Karrera (Hondarribia, 1985) nació en una escuela de danza. La academia dirigida por su madre, Pilar Peña, y él tienen la misma edad. Sobre el parqué de ese estudio familiar, Iker dio sus primeros pasos, que ya entonces apuntaban alto. Casi en la adolescencia, el joven bailarín tuvo que salir de casa y pisar otros suelos para seguir creciendo y ya con la mayoría de edad, se instaló en Madrid, donde reside. Allí, dirige una escuela que es referencia en danza contemporánea, ha ganado varios premios y ha participado como coreógrafo en grandes proyectos de cine y televisión. Además, sigue creando piezas para su propia compañía. Mañana sábado, a las siete de la tarde, presenta en el Amaia 'No pleasure', su último espectáculo.

–'No pleasure' es producto de un momento de reflexión, de una necesidad de parar, después de un periodo frenético de trabajo.

–Sí, venía de trabajar durante dos años en un proyecto para televisión muy intenso. Fue muy interesante y aprendí muchísimas cosas, pero hacía coreografías sin parar, porque en la tele va todo muy rápido. Estaba cansado, saturado y necesitaba parar. Cuando acabé el proyecto de la tele, tenía una cosa muy clara en la cabeza: que la siguiente creación tenía que ser algo más tranquilo, algo que me concediera tiempo en la sala de ensayo para estar con los bailarines, para probar y explorar, que no fuera todo tan deprisa, porque a mí me gusta mucho el proceso.

–Digamos que para entonces, usted llevaba tres décadas bailando porque, prácticamente, nació en una escuela de danza.

–Pues casi. La academia de mi madre tiene mi edad, porque ella empezó con la escuela cuando yo nací. Desde muy pequeño he respirado sus clases. Pasaba muchas horas allí y empecé muy pronto a tomar clases.

–Con 16 años comenzó a viajar para apuntarse a cursos de formación y seguir creciendo como bailarín.

–Es algo que ocurre con toda la gente que tiene una vocación fuerte y que no puede llevarla más allá en su ciudad de nacimiento. Al final, tienes que acabar saliendo si quieres seguir formándote.

–En aquella época veía con admiración la serie 'Upa Dance', un universo que le parecía inalcanzable. Años después, se ha visto al frente del renovado formato de Fama ¡a bailar!, en #0 de Movistar+, primero como profesor y luego como director.

–Cuando era adolescente veía UPA Dance o películas como Fama, que me parecían un sueño. En aquellos años yo era supertímido, muy inseguro, excepto cuando bailaba. Cuando bailaba era feliz. Nunca me imaginé que me dedicaría a esto al 100%, por mi carácter. Pero después de venirme a Madrid, fui conociendo gente, estudié, me formé y las cosas fueron llegando. Al final, echas la vista atrás y te das cuenta de dónde estás y de los proyectos que estás llevando a cabo y la suerte que has tenido. Estoy superagradecido y feliz de la evolución y del proceso que ha tenido mi carrera, sobre todo porque nunca he dejado de ser consciente del lugar de donde venía.

–También ha conseguido que la escuela que creó junto a Fernando Lázaro, Danza 180º sea un referente en contemporánea.

–De todos los proyectos que he emprendido, es el que más trabajo implica, porque tienes que preparar un plan de formación. Llevamos con la escuela desde 2013 y la verdad es que ha sido una gozada, porque ha ido creciendo poco a poco. Estamos felices por la acogida de la gente y por sacar a alumnos tan preparados, porque es gente que audiciona y está trabajando por ahí. Tenemos esa parte profesional, pero también una parte Open, para gente no profesional, a la que le encanta bailar y viene a la escuela por placer. Y luego está toda la parte de los niños. Para la escuela de los niños sigo pidiéndole consejo a la ama para muchas cosas. ¿Quién mejor que ella? Lleva tantos años...

–El espectáculo del Amaia es una excusa para volver a casa ¿Regresará para quedarse en un futuro?

–Estoy feliz de volver, porque últimamente, entre la Covid y el trabajo no he ido mucho. Antes volvía mi mes entero de verano y pensaba: 'esto es una maravilla' por la tranquilidad, por la calidad de vida, por lo bonito que es, porque todo está más cerca y es más fácil. Lo echo mucho de menos. ¿La idea es volver? No lo sé. Por ahora no lo tengo contemplado. Yo creo que volveré algún día, pero no sé cuándo.

–¿Cuáles son sus próximos proyectos?

–Este año he rodado mi primera película como coreógrafo. Nunca había trabajado en cine. Rodamos durante dos semanas en Valladolid, con muchos bailarines y ha sido una aventura muy divertida. La película es 'Voy a pasármelo bien', un musical, dirigida por David Serrano y ambientada en las canciones de Hombres G. , que se estrenará este verano.

–El año pasado, cuando recibió el Premio de la Danza 2021, reivindicó ayudas institucionales para las artes.

–Siempre tenemos que recordarlo. Aguantamos en esto porque es algo vocacional y tiramos millas, a pesar de que es una profesión muy dura, sobre todo para la gente que está en compañías privadas. No puedes ofrecer una estabilidad anual con una nómina y 14 pagas. Es inviable. Funcionas con producciones pequeñas, autogestionadas y hay subvenciones pero son muy cortas. Acabas muy cansado. Necesitamos más visibilidad y más exposición en los teatros y para eso necesitamos el apoyo iunstitucional. Lo que pedimos es que cada producción tenga una distribución para que se pueda representar muchas veces. Hay espacios de sobra, sólo hay que utilizarlos. Es una labor edudativa, que ha de hacerse desde los centros de enseñanza, integrando la parte artística para que la gente tenga la sensibilidad de ir al teatro y las ganas de consumir arte.

–A pesar de las dificultades, anima a los jóvenes con vocación artística a que persigan su sueño.

–Sí, sí, les animo al 200%. Con la pandemia nos hemos dado cuenta de que no sabemos lo que va a pasar mañana. Por eso, ¡hagamos lo que nos gusta! Que la gente estudie lo que le gusta, pero que se lo tome muy en serio, con responsabilidad, que se forme y que vaya a por todas.

Noticia publicada en Diario Vasco,el domingo día 13 de Marzo de 2022

Nombres como Pablo Picasso, Édouard Manet, Francisco de Goya o Sandro Boticelli son bien conocidos incluso para los no expertos en arte. En cambio, Catharina van Hemessen, Sofonisba Anguissola, Mary Cassat o Clara Peeters pueden resultar desconocidas hasta para los asiduos a los museos. Todos y todas fueron artistas, pero los primeros son hombres y las segundas, mujeres; por eso los nombres de unos figuran entre los grandes autores de la historia del arte, y los nombres de ellas hay que rebuscarlos. La licenciada en Geografía e Historia María José Noain puso luz sobre esas artistas injustamente invisibilizadas en la charla 'Las mujeres en la Historia del Arte' que pronunció este viernes en Gordailua.

La conferencia fue organizada por Gaurko Andreak Berdintasunaren Aldeko Elkartea dentro del programa en torno al 8 de marzo. María José Noain inició la charla aportando un dato muy esclarecedor: según denunció el colectivo de artistas feministas Guerrilla Girls en los años 80, en la sección de arte moderno del Metropolitan Museum de Nueva York las mujeres firmaban menos del 5% de las obras, pero el 85% de los desnudos eran femeninos.

Este dato refleja «esa dicotomía que siempre se ha establecido, no sólo en la historia del arte sino en todos los ámbitos, de que las mujeres seamos objeto o sujeto». Es una dicotomía que responde al «modelo dual» en el que, tradicionalmente, lo masculino se relaciona «con el espacio público, la política, la economía o la producción artística» mientras que lo femenino está relegado al «ámbito doméstico, la maternidad y los cuidados».

Las mujeres «siempre han sido protagonistas» en el arte, pero como objetos y en una serie de roles muy definidos. «La mujer, como tema o elemento central de obras de arte, casi siempre se adscribe a una serie de estereotipos»: los personajes del cristianismo, que reflejan a la mujer como modelo de virtud; los retratos de reinas, nobles o mujeres de la burguesía; personajes de la mitología clásica, en cuyas representaciones, muchas veces, «se erotiza el cuerpo de la mujer»; o escenas del ámbito doméstico, que «desligan a la mujer del ámbito público».

Mediante estos modelos tan estereotipados que han definido la representación de la mujer en el arte, se establece una nueva dicotomía y una clasificación «algo simplista» en dos modelos: la mujer como modelo de virtud, con «una función aleccionadora», o la 'femme fatale', «que se define, sobre todo, a partir del siglo XIX». Ejemplos de este último modelo son el cuadro 'Olympia' de Manet, que representaba a una prostituta; personajes mitológicos como Pandora, vinculada a «la curiosidad malsana»; o representaciones de hechiceras como Circe, de la 'Odisea', que son consideradas como «mujeres peligrosas». Resumiendo, la mujer es mayoritariamente representada o como santa y modelo del ideal que todas deben esforzarse en alcanzar, o como «mala malísima».

No todo es negativo en esta representación tradicional de la mujer en el arte: su presencia, aunque sea como objeto, en tantas obras, es «una fuente de información» que nos permite «reconstruir su historia y el papel que ha jugado en ella», explicó María José Noain. «Por lo menos, por mucho que nos hayan convertido en objeto, podemos utilizar esta información para conocer más sobre nosotras mismas y nuestra historia»; sin perder de vista que, también aquí, existe «un sesgo social o económico: las mujeres de la más alta sociedad son las que más representadas están en la historia del arte».

Analizado el papel de la mujer como objeto, toca preguntarse si «hemos sido alguna vez sujeto en la historia del arte». La respuesta es que sí. Entonces, ¿por qué parece que no ha habido mujeres artistas? ¿Por qué han estado ocultas? La teoría feminista, que se aplica al arte «desde la década de los 70», busca respuestas y revela que «no nos han dejado acceder al mundo del arte. Para ser artista está muy bien el talento, pero hace falta formación». Muy pocas pudieron acceder a ella «y desarrollar sus capacidades, que son exactamente las mismas que las de los hombres».

Además, las que lograron formarse y pintar, «mayoritariamente hijas de pintores», se enfrentaron a la invisibilización: socialmente estaba «mal visto» que se dedicasen a ello de manera profesional. En otros casos, cuadros de pintoras como Artemisia Gentileschi o Judith Leyster han sido erróneamente atribuidos a hombres y, tras descubrirse que eran de mujeres, «se desprestigiaban, perdían valor en las subastas...». Pero los hechos, aunque se hayan silenciado, van saliendo a la luz: María José Noain proyectó al final de su charla el primer autorretrato documentado de una mujer y, quizá, «de la historia del arte, porque parece que es anterior al de Durero». En la imagen, Catharina van Hemessen, pincel en mano, nos contempla desde hace cinco siglos.