9 julio 201608:41
El escritor Camilo José Cela, que convirtió el desaire y la ironía en su sello, atizaba a menudo y no sólo contra personas, también contra aquellos lugares donde vivió incómodas experiencias. Cuentan que una tarde de verano se adentró con un amigo en el Bidasoa y recaló en la Isla de los Faisanes por simple curiosidad histórica. Aquel día acabó mal. Una brusca galerna acompañada de un aguacero le dejó calado. Con tiritona y rodeado por las aguas del Bidasoa se sintió perdido y desprotegido. Leyenda o no, lo cierto es que el lugar quedó grabado en su recuerdo. Repitió a lo largo de los años referencias a la isla y casi siempre con tono despectivo. Lo hizo en su libro del ‘Miño al Bidasoa’, adaptado luego para una serie, que TVE emitió en 1990 con Nicolás Dueñas y José Antonio Labordeta como protagonistas. «Está cada día más desmantelada y fea la canija Isla de los Faisanes, que tiene un nombre desproporcionadamente bello para su pobre y ruinosa presencia». El asunto no quedó ahí. El premio Nobel gallego, que siempre le daba una ingeniosa vuelta a las cosas, no paró hasta encontrar respuesta al hecho de cómo un pequeño territorio de no más de 2.000 metros cuadrados, podía llamarse Isla de los Faisanes, precisamente «siendo éste un pájaro que necesita grandes y frondosos territorios» para habitar.
La evidencia de que se trataba de un error, arrastró al escritor a investigar el motivo que llevó a dar un nombre equivocado a esta isla que pasó a la historia por ser testigo de la firma en 1659 del Tratado de los Pirineos entre la coronas española y francesa. «Este de la Isla de los Faisanes -escribió Cela en un artículo posterior- es lo que pudiéramos llamar un topónimo por tablas, tan hermosos como falso, que nació por casualidad y del próvido vientre del que brotan las faltas de ortografía que se copian del prójimo». El origen de la equivocación estaría para Cela en la singularidad de este islote en mitad del Bidasoa, donde se reunían todos los años los alcaldes de los «pueblos fronteros, franceses y españoles, para pactar las transacciones y hablar de sus problemas comunes». Los enviados franceses en dichas negociaciones «eran los ‘faisants’, gerundio o mejor participio presente o activo del verbo ‘faire’ (hacer), y a los españoles les decían faceros o feceros, los hacedores, los que hacen». Argumento que le sirve a Cela para resolver el jeroglífico de tirón. Concluía el escritor que «algunos fueron por el camino fácil» y tradujeron ‘faisants’ a su manera, es decir, ‘faisanes’ en lugar de ‘hacedores’.
Deshecho el entuerto, Cela incide en que el error es casi imperdonable. «Isla de los Faceros o Feceros -escribió- sería nombre más históricamente cierto y adecuado que Isla de los Faisanes, que si poético, también es mentiroso y artificial. Ni se me ocurre siquiera proponer el deseable cambio de un nombre por otro, porque soy poco amigo de perder el tiempo en la defensa de causas perdidas y porque no ignoro que estos problemas no interesan más que a cuatro aficionados a la geografía, entre los que me cuento, pero supongo que tampoco tengo por qué callarme esta pequeña pifia topónima que, al menos, pienso que tiene cierta curiosidad».
De una forma o otra, Cela siempre estuvo vinculado con el Bidasoa. En 1984, ocho años antes de su muerte, entró a formar parte de la Cofradía del Salmón y no por sus conocimientos de este pez. «Mi presencia aquí -dijo el escritor en una comparecencia el Parador de Hondarribia- responde a la invitación de unos amigos, pero la Cofradía me ofreció formar parte y acepté encantado. Yo el salmón me limito a comerlo, no voy a hablar ni siquiera a divulgar sobre él, de lo que voy a hablar es de vinos». Y así lo hizo, como siempre a su estilo. Esos sí, tampoco en aquella ocasión le faltó ocurrencia para poner punto final a su discurso, al comentar que «comer, joder y caminar» eran sus tres vicios declarables. «Aunque no sé por qué hay que llamarlos vicios. Yo los llevo aquí bordados», dijo llevando su dedo índice a sus iniciales CJC bordadas en el bolsillo de la camisa.