10 julio 201609:34
Hollywood y las series de televisión muestran a una sociedad romana libertina, lujuriosa y rendida a satisfacer sus deseos sexuales. «En muchos casos la forma en la que tratamos el sexo en Roma es, básicamente, una proyección de lo que nosotros percibimos como sexualidad contemporánea pero en un escenario distante». Para Elena Torregaray, profesora titular de la facultad de Letras de la UPV/EHU, esta es una actitud «interesada», tal y como explicó durante el Curso de Verano 'Género, erotismo y sexo en Roma' que ha tenido lugar esta semana en la sede de Gordailu y el Museo Romano Oiasso. En su opinión, la idea que «nos hemos creado sobre la sexualidad romana la hacemos siempre en nuestro provecho y la utilizamos para nuestras justificaciones contemporáneas». En ese sentido, apunta a que se ha llegado al punto de «buscar precedentes del matrimonio homosexual en la Roma antigua», una búsqueda que nace de las «discusiones actuales» que cuentan con «ese grado de artificialidad de buscar en el escenario romano algo que justifique reivindicaciones actuales».
Otro ejemplo que plantea Torregaray es el de la aparente facilidad de acceso al sexo, sobre todo focalizado en esclavos y prostitutas, que existía en aquella civilización. Mientras que la esclavitud ha sido erradicada y «es un delito» hoy en día, «existe un debate inagotable sobre la prostitución». El hecho de que ambos estuvieran permitidos «de cierta manera» en la Roma antigua provoca que «inmediatamente se proyecte el libre acceso al sexo en nuestro imaginario, lo que contamina el resto de la visión sobre la sexualidad romana».
A la hora de abordar la sexualidad de aquella civilización hay que tener en cuenta que «varían el sentido y el contexto que se le daba al sexo en Roma». Así, la heterosexualidad, homosexualidad o bisexualidad son «conceptos modernos del siglo XIX» a los que la sociedad «no prestaba atención». Y no porque no existieran, sino porque «no veían la necesidad de explicarlo o categorizarlo dado que lo que primaba era la utilidad». La capacidad sexual del ciudadano romano -que era quien tenía derechos- era una cuestión que «debía ser mantenida bajo control», hasta el punto de que «el exceso de sexo no estaba bien visto». Eso sería, según Torregaray, lo que «quizás» definiría la identidad sexual del hombre, y no tanto «la forma en la que practicaba su sexualidad o los compañeros con los que tenía relaciones sexuales». En el caso de la mujer su rol estaba «directamente relacionado con su capacidad para ser madre, para crear nuevos ciudadanos, sin que ello quitara para que tuviera otro tipo de comportamientos sexuales».
Por ello, Torregaray apunta a que en la Roma antigua imperaba un concepto de «utilidad» y que «la sexualidad estaba condicionada al lugar que ocupaba el ciudadano en la ciudad». Así, se concebían tres ámbitos de practicas sexuales. Por un lado estaba la denominada 'labor', cuyo objetivo era «la procreación para garantizar la supervivencia de la ciudad». Por otro lado, la 'otium' hacía referencia «al disfrute fuera del ámbito normativizado -la labor- pero que también era de una sexualidad controlada». Por último, estaba la 'mollitia', una práctica reservada a «los placeres fuera de la norma y el disfrute razonable, relacionado con todo aquello que excedía de lo que era razonable dentro de la sociedad».
Pese a todo, la profesora incide en que lo que se conoce sobre la sexualidad romana se basa «exclusivamente en lo que dicen unos pocos autores», fuentes que han pasado «por un montón de filtros de transmisión». Por ello, lo que ha llegado hasta nuestros días es «lo que a lo largo de los siglos se ha considerado que deberíamos saber». Un relato «extremadamente sesgado y que sólo se refiere a una parte de la sociedad romana».